Las semillas transgénicas, o semillas modificadas
genéticamente (MG), son semillas, creadas en el
laboratorio, de plantas a las cuales se les ha modificado o insertado un gen
externo. En ocasiones estos genes provienen de otros reinos,
como el animal, lo cual no pasaría nunca en la naturaleza (p.e. el maíz
transgénico comercializado actualmente, con genes de una bacteria, o un tomate
con genes de pez, el Falvr Savr, que fue retirado de los mercados por su mal
resultado). Al estar patentadas, no es posible
guardar la semilla y se debe comprar cada año, a un coste más
elevado que las tradicionales.
Se introdujeron en la década de los 90. Los
cultivos mayoritarios en el mundo son 4, concentrados sobretodo en EEUU,
Brasil, Argentina, India y Canadá:
– la soja: presenta un gen
de resistencia a herbicida, con lo cual ha aumentado el consumo de
éste (con las consecuencias ambientales y de salud asociadas). Gran parte de
este mercado está controlado por Monsanto; sus semillas de soja MG resisten
sólo al herbicida creado por la misma compañía, el Roundup Ready. El
82% de la superficie total mundial de soja cultivada en 2014 era MG.
– el maíz: con genes
insertados de la bacteria Bacillus thuringiensis (o Bt) como
sistema de pesticida natural. Esta bacteria secreta una toxina tóxica para las
larvas de los insectos del taladro. El problema es que ésta es una técnica
usada puntualmente como control natural de plagas, pero en este caso, al
producir la planta constantemente la toxina, las plagas han desarrollado
resistencias. Representa el 30% de la superficie total cultivada el 2014.
– el algodón: también con genes
Bt. La aparición de superplagas destrozando las cosechas, como en el
caso del maíz, está generando graves problemas para el campesinado en los
países de cultivo, como en la India. El 68% de la superficie total cultivada el
2014 era MG.
– y la colza: con gen de
resistencia a herbicida. El 25% de la superficie total cultivada el
2014 era MG.
– en EEUU también se encuentran la remolacha, calabazas, alfalfa y papaya.
En Europa, el maíz es el único cultivo permitido para uso
comercial, siendo España el estado con más hectáreas
cultivadas (más de 130.000 en 2013, principalmente en Aragón y Cataluña).
España es el estado de la Unión Europea más permisivo con los cultivos MG;
mientras que 9 países han prohibido el cultivo comercial de maíz MG, en los
últimos años en España se han desarrollado el 67% de los experimentos al aire
libre.
Se crean a partir de los años 90 en un nuevo intento
de las grandes corporaciones de las semillas y agroquímicos de controlar el
mercado. Con el bajón de la Revolución Verde de los años 80, las compañías
debían crear algo nuevo para mantener sus mercados.
Con la falsa promesa de acabar con el hambre en el
mundo, las empresas biotecnológicas prometieron semillas de plantas con mejores
cosechas, resistencia a sequía, resistencia a condiciones climáticas extremas,
a salinidad, etc. Lo cierto es que, tras casi 2 décadas desde la introducción
de estos cultivos, no se ha desarrollado ninguna de estas súper-variedades. Lo
único que tenemos en el mercado son plantas que resisten a herbicidas (con lo
que ha aumentado mucho el uso de éstos) o plantas con supuesto plaguicida
natural (pero al cual ya se han desarrollado resistencias, por lo que no
funcionan y las cosechas se ven afectadas).
Al estar patentadas, el campesino debe comprar la
semilla cada año, con lo que se genera un suculento negocio para las empresas.
De momento, los únicos beneficiados son las grandes multinacionales de las
semillas y de los productos químicos agrícolas, que en muchos casos, como
Monsanto, son la misma compañía. Actualmente, solo 6 multinacionales (Monsanto,
Dupont, Syngenta, Bayer, BASF i Dow) controlan el 60% del mercado de semillas y
el 76% de agroquímicos. Algunas de éstas han sido también productoras de
material bélico, como Monsanto y el agente naranja de Vietnam, o Bayer (antes IG
Farben) y el gas que asesinó a millones de judíos. Las semillas son la base
de la cadena alimentaria, y su mercado está privatizado en manos de unas pocas
empresas. Algunos nos escandalizamos al pensar en la privatización de ciertos
sectores como la sanidad o la educación, ¿por qué no se habla de la
privatización de la alimentación? ¿Por qué los gobiernos no destinan recursos
públicos a este sector?
¿Cuáles son los problemas asociados?
Los transgénicos presentan gran incertidumbre
sobre los posibles efectos a largo plazo en el medio ambiente y la salud.
Aunque ya conocemos algunos efectos negativos del abuso de agroquímicos, los
efectos de los transgénicos en sí no están tan claros. El nivel de conocimiento
actual no es suficiente para predecir las consecuencias de la manipulación
genética en un organismo, ni su evolución e interacción con otros seres vivos
cuando sean liberados al medio ambiente. Aún así, su polen ya vuela libre por
los campos y ya llenan nuestros platos. Existen casos de semillas MG que fueron
aprobadas para el consumo humano y que años después se tuvieron que retirar de
los mercados por sus efectos negativos, como el caso del maíz Bt Starlink, que
se retiró por efectos alérgenos, o el maíz Bt176, que contenía un gen de
resistencia a antibióticos y que fue retirado tras 10 años de comercialización
por el peligro de la propagación de la resistencia a antibióticos. El gran
poder que tienen las multinacionales sobre los gobiernos hace que presionen
para que se aprueben sin conocer los efectos a largo plazo; en EEUU, por
ejemplo, la USFDA, el organismo que da el visto bueno a la comercialización de
transgénicos, esconde entre sus altos cargos numerosos ex altos cargos de
empresas como Monsanto.
Otro de los efectos negativos inesperados, además
de la ya mencionada aparición de superplagas, es la aparición de
“super-malas-hierbas”. El gen de resistencia a herbicida de los cultivos MG
se está transfiriendo a plantas silvestres, con lo cual éstas se tornan
resistentes al herbicida, convirtiéndose en un gran problema para los/as
agricultores/as. En EEUU han tenido que abandonar 5 mil hectáreas de soja
transgénica y otras 50 mil están gravemente amenazadas; se estima que esta
pérdida de cosechas supone un coste de 1 billón de dólares anuales a los
agricultores/as.
Algunos de los posibles daños sobre la salud
se clasifican en (incluso por la propia Comisión Europea): cambio en la
composición de los alimentos y toxicidad, respuesta inmune y alergenicidad,
propagación de resistencias a antibióticos y transferencia genética horizontal,
recombinación de virus y bacterias y residuos tóxicos ligados a los cultivos
tolerantes a herbicidas. El glifosato, principio activo del herbicida Roundup,
es considerado incluso por la OMS como posible causa de cáncer y contaminación
de suelo y agua. El problema es que existen pocos estudios independientes: la
mayoría son realizados por la propia industria, que publica sólo los resultados
a su favor. Algunos científicos independientes que han publicado resultados
negativos para la salud han sido desacreditados. Ante estas incertidumbres, en
Europa los grupos antitransgénicos solicitan la aplicación del Principio de
Precaución, un principio de la legislación europea según el cual si existe
incertidumbre sobre los efectos de algo no se debería comercializar hasta que
se conozcan.
Un problema importante ya demostrado es la contaminación
genética de cultivos MG a otros convencionales o ecológicos, un tipo de
contaminación irreversible. Este tipo de contaminación ocurre en los campos
(por polinización cruzada), y durante la siembra, el transporte o almacenaje de
los cultivos. Se han descubierto numerosos casos de contaminación en producción
ecológica (porque en la producción convencional no se comprueba). Esta
contaminación supone una amenaza para la biodiversidad agrícola y para los
agricultores/as ecológicos/as, que pueden perder su cosecha, y para el
consumidor, que pierde su libertad de elección. En Cataluña y Aragón el cultivo
ecológico de maíz prácticamente ha desaparecido, ya que los agricultores no
quieren arriesgarse a perder la cosecha y se están dedicando a otros cultivos
más seguros (para más información ver el informe “La imposible coexistencia” de Greenpeace).
Otro problema de estos cultivos son los campos
experimentales, experimentos a cielo abierto. El polen experimental puede
volar y contaminar cultivos vecinos, con lo que ya está introducido en el medio
sin que se hayan establecido los efectos ambientales o de salud. Un caso
importante fue el arroz experimental de Bayer: años después de haber finalizado
los experimentos con este arroz, que no recibió la aprobación para consumo
humano, se descubrió su presencia en arroz de uso alimentario. Esto supuso la
retirada del mercado de este arroz y provocó grandes pérdidas económicas para
la industria arrocera (para más información ver el informe “El Doble Problema de Bayer” de Greenpeace).
Al igual que con los híbridos, se genera una gran
dependencia de las multinacionales por parte de los agricultores/as, al
incrementar los costes de las semillas (que además no se pueden guardar y se
deben comprar cada año) y del pack de productos químicos asociado.
Tras años de convivencia con estos cultivos, se ha
demostrado que no producen mejores cosechas. Al contrario; al estar asociadas a
un modelo agrícola que abusa de los agroquímicos, con graves efectos en
la naturaleza y nuestra salud, la seguridad alimentaria de la humanidad está en
juego.
En conclusión, teniendo en cuenta que los únicos
beneficiados son las multinacionales, no se justifican los riesgos ambientales
y de salud a los que nos estamos exponiendo, ni los negativos efectos
socioeconómicos. Los transgénicos, además de los riesgos que suponen, no son
necesarios. La producción agraria ecológica a pequeña escala, que utiliza
variedades locales y orientada a mercados locales, tiene una mayor capacidad de
generar una alimentación suficiente, segura para nuestra salud y respetuosa con
el medio ambiente. Además, este modelo genera más puestos de trabajo.(Fuente: La Huertina de Toni) julio, 2016
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